Trece veces (Richard Feynman)

En cierta ocasión, un profesor de ciencias de un colegio universitario local vino a verme para pedirme que diera una charla en su centro. Aunque me ofreció cincuenta dólares, le dije que no tenía interés por el dinero.
– Es el colegio universitario municipal, ¿verdad?
– Sí.
Me acordé de la cantidad de papeleo en que normalmente me veo envuelto cada vez que he de tener tratos con la Administración, así que me reí y dije:
– Me encantaría dar la charla. No pongo más que una condición -hice un cálculo y añadí-: que no tenga que estampar mi firma más de trece veces, ¡incluido el endoso del cheque!
El otro se echó a reír también:
– ¡Trece veces! ¡No hay problema!

Así que empezamos. Primero tuve que firmar algo que decía que soy leal al gobierno, pues de lo contrario no se puede hablar en un centro municipal. Y tuve que firmarlo por duplicado, ¿de acuerdo? Después tengo que firmar alguna clase de descargo o finiquito para el Ayuntamiento, no me acuerdo de qué. Los números empiezan a subir en seguida.
Tuve que firmar que estoy adecuadamente empleado como profesor universitario, sin duda para evitar que, por tratarse de un asunto oficial, haya algún caradura que contrate a su mujer o a un amigo, y luego ni venga a dar la charla. Había toda clase de cosas que garantizar. Y el número de firmas, en alza.
El otro, que había empezado riéndose, estaba ya muy nervioso, y aunque por poco, lo logramos. Había tenido que firmar exactamente doce veces. Quedaba todavía una firma, la del endoso del cheque, así que adelante. Di la charla.

Algunos días más tarde vino el hombre a entregarme el queque y vi que estaba realmente sudando. No podía entregármelo a menos que firmase un impreso declarando que di la charla.
Le dije:
– Si firmo el impreso no puedo firmar el cheque. Ahora bien, usted estuvo presente; usted escuchó la conferencia. ¿Por qué no firma usted?
– Mire -dijo-, ¿no le parece que todo esto es una tontería?
– No. Fue un acuerdo que establecimos al principio. No nos pareció que fuéramos a llegar a las trece; pero fue lo acordado y yo estimo que debemos atenernos a lo convenido hasta el final.
Me dijo:
– He trabajado mucho en este asunto; he llamado a todo el mundo. Lo he intentado todo, y me dicen que es imposible. Sencillamente, no puede usted recibir su dinero a menos que firme la declaración.
– Muy bien -dije yo-. He firmado solamente doce veces, y he dado ya la charla. Ese dinero no me hace falta.
– Le juro que detesto tener que hacerle esto.
– Está bien. Hicimos un trato; no se preocupe.

Al día siguiente me telefonea:
– ¡Les es imposible no darle el dinero! Ya lo han pasado a intervención, y la partida está consignada, así que ahora tienen que entregárselo para justificar el gasto.
– Vale. Si tienen que darme el dinero, que me lo den.
– Pero usted tiene que firmar la declaración.
– ¡No la firmaré!

Estaban en un atolladero. No había ningún «fondo de reptiles» donde meter el dinero que yo me había ganado, pero por el que no estaba dispuesto a firmar.

Finalmente, acabaron arreglándolo. Tardaron muchísimo, y la cosa fue muy complicada. Pero yo consumí mi decimotercera firma en cobrar mi cheque.

¿Está usted de broma, Sr. Feynman?
Richard P. Feynman
ISBN: 978-84-9104-279-2
DL: M. 36.508-2015

 

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