El título de este artículo viene a raíz de un párrafo del libro del que vamos a hablar hoy: Moby Dick de Herman Melville, para muchos, el gran clásico estadounidense.
Para producir un libro poderoso, hay que elegir un tema poderoso. No se puede jamás escribir un volumen grande y duradero sobre la pulga, aunque haya muchos que lo han intentado.
Publicado en 1851, el libro nos muestra desde su arranque al narrador (Llamadme Ismael) quien quiere enrolarse en un ballenero en el puerto de Nantucket. Allí forjará una gran amistad con Quiqueg (personaje muy peculiar del que nos encariñaremos) quien también irá a bordo, como arponero. Ese barco no es otro que el Pequod, un personaje fundamental en la novela.
Si teníamos un viaje con suerte, podría compensar muy bien la ropa que desgastaría en él, para no hablar del sustento y alojamiento de tres años, por lo que no tendría que pagar un ardite.
A lo largo de sus páginas (667, en la edición de Austral que tengo yo) iremos conociendo a toda la tripulación, aunque Ahab, el capitán de la embarcación (del que todo el mundo habla) no aparecerá hasta bien entrada la obra.
Los tripulantes del Pequod vagarán por el océano en busca de Moby Dick, la gran ballena blanca (de horrible belleza) con la que el misterioso y autoritario Ahab ya tuviera un encontronazo años atrás como muestran sus cicatrices y la ausencia de una de sus piernas, reemplazada ahora por otra construida con huesos de cachalote. Y así irán navegando días, meses y años sin tocar tierra a través de la inmensidad del Pacífico.
Este misterioso y divino Pacífico ciñe toda la mole del mundo; hace que todas las costas sean bahía suya, y parece el corazón de la tierra, latiendo en mareas.
Sin embargo, lo interesante de este libro no es solo su gran historia (que también) sino el desarrollo de sus páginas en las que iremos adentrándonos en el mundo de un ballenero lo que nos hará sentir que somos nosotros los que estamos dentro del barco. Y es que Moby Dick es, además, una enciclopedia sobre cetáceos, barcos, océanos, navegación, caza, oficios dentro de un barco (no te imaginas cuántos…), gestión de recursos, filosofía … por lo que, si somos curiosos, recibiremos un valor añadido mientras nos adentramos en sus páginas.
En definitiva, esta obra de Melville es uno de esos escritos que te marcan en la vida.
El mundo es un barco en su viaje de ida, y es un viaje sin vuelta.